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La disneyficación de las ciudades. Centros históricos como parques de atracciones para turistas
-Vivir en el centro de una ciudad como Barcelona, Málaga, Valencia o Madrid es muy excitante, pero está ocurriendo una transformación que las convirtiendo en parques temáticos al estilo Disneyland, con sus tópicos, sus estereotipos, sus tiendas temáticas y toda una serie de aspectos que recuerdan los espacios ideados por el querido Walt.
por Francesco Maria Furno
Si no te suena el término disneyficación, que sepas que ya lleva unos cuantos años en los debates sociales y urbanísticos que están tratando de entender qué les pasa a las ciudades. Disneyficación se usa para describir la influencia social y cultural de la empresa americana. Dos de los primeros casos al mundo han sido el de Las Vegas, orientada al juego de azar, y Venecia que, año tras año, ha sufrido un cambio que ha expulsado a sus ciudadanos para transformar el entramado urbano en un conjunto de hoteles, pisos en alquiler, tiendas de souvenirs, tiendas temáticas, restaurantes y bares para turistas. ¿Te suena? Pues está pasando en las mayores ciudades del mundo con una aceleración drástica postpandemia en la que grandes grupos de inversión están comprando masivamente edificios, locales y demás espacios para canibalizar los centros ciudadanos y transformarlos en parques de atracciones.
París, Londres, Milán, Lisboa, están ya en un estadio avanzado donde los alquileres han subido como la espuma, ayudando a expulsar a los ciudadanos para que solo las personas más pudientes consigan tener acceso a la vivienda. De hecho, es un movimiento que ha empezado en la segunda mitad del siglo XX y que, ahora, vive su punto más álgido. Todas las personas que vivimos en una ciudad hemos sido partícipes de este flujo que ahora está digievolucionando hasta llegar a extremos que solo hemos visto en ciudades como New York, donde un alquiler medio de un piso ronda los 3.500 dólares.
Lo cuenta muy bien Dario Bonifacio en La disneyficazione. Dimensioni e registri di un linguaggio universale, un libro publicado el año pasado sobre los efectos de la cultura pop de Disney y su influencia en la transformación de la esencia de las ciudades. En Italia hay lugares donde se está volviendo a colgar la ropa fuera de las ventanas y entre edificios como si fuera un decorado, porque en el imaginario colectivo, el Bel paese, tiene esa configuración como si se tratara de Luca, la última película del coloso americano. Atraer al transeúnte a través del tópico, manipular la estética para fomentar una idea colectiva que no siempre es veraz. Ahora se está llevando a niveles incomparables. Una idea terrorífica que está acabando poco a poco con la esencia real de los espacios urbanos, llegando hasta extremos alucinantes como el de Venecia, donde hay tornos para acceder a la ciudad al igual que los de Disneyland París o un festival. Nos lo había avisado Barcelona con sus sombreros mexicanos en las tiendas de souvenirs para complacer a los turistas gringos.
Disney tiene un poder peligroso entre manos que es el de cristalizar una idea para que se transforme en La Idea, una visión única, un relato sin otras alternativas, un estereotipo buenista. Es así como en París se extrema la idea de ciudad del amor, en Nueva York todo parece estar relacionado con una película, y en Cancún tenemos una visión de México con pulserita que más gringa no puede ser. Nos estamos enfrentando a la visión estadounidense de los lugares donde todo tiene que respirar una coherencia de idealización perfecta de un espacio. Es tan aterrador que hasta ciudades más anarquistas como Nápoles están sucumbiendo a esa presión, devolviendo a las calles figuras como el jettatore, un personaje típico de la cultura del realismo mágico partenopeo del siglo XX, desaparecido por completo y que ahora ha vuelto a deambular por las calles echando el mal de ojo a cambio de una propina. Una similitud grotesca con los figurantes de los parques más famosos del mundo que se paran con los visitantes para enriquecer el imaginario de fotos e imágenes de algo perfecto.
Aparecen los gladiadores en Roma delante del Coliseo, una nueva vermutería en Barcelona por las Ramblas que imita a una antigua que cerraron. Los letreros son nuevos, pero impresos con mugre para dar el pego. Las barberías contemporáneas vuelven al luminoso blanco, rojo y azul que gira lentamente. Los tuk tuk invaden Lisboa en las zonas más concurridas y se pelean para tener el espacio que se merecen a costa de atropellar algún transeúnte. O Elevador da Gloria compite con los tuk tuk para transportar más turistas en una lucha sin pares para demostrar ser el original. Todos los centros de ciudades están invadidos por pizzas increíbles, helados artesanales perfectos con forma de rosa, boulangeries que hacen el mejor croissant del mundo. Es un tripudio de efectos especiales, servicios llamativos que mezclan lo tradicional con una sofisticación que ni en El Bulli. Lo primero en caer son los cascos antiguos que han sido adaptados a recreación histórica para despertar emociones ligadas a una idea distorsionada de lo que fueron.
Hemos pasado de los parques temáticos, a las ciudades temáticas. ¿Pronto pasaremos a los estados temáticos?
Mientras tanto, los bares, los garitos y los sitios de toda la vida se apagan, dejan el paso a esta reconstrucción glamurosa y kitsch al perfecto estilo Disneyland, porque todo tiene que ser instagrameable, tiktokeable hasta la enésima potencia. Si no lo pones en tus publicaciones, ese sitio no existe. ¡Por Dios! ¡Que no te falte el aire solo de pensarlo! Ni Pinocho y Espárrago en el País de los Juguetes llegaron a ver tanta alevosía, tanta saturación de deseos comerciales que te guiñan el ojo mientras paseas por las avenidas. ¿Una prenda por solo 2,99 euros? ¿Un giro en la noria? La noria, ese emblema más tópico de la ciudad de las atracciones. Y de noche a dormir en un AirBnb o en tu habitación de hotel rememorando la sensación de sentirte parte de una ciudad que no conoces.
No te creas que si vives en un pueblo estás a salvo de este fenómeno de canibalizar identidades. Porque en España municipios de pocos habitantes han caído en la tentación de grandes multinacionales, como pasó con Júzcar que para el lanzamiento de la película de los Pitufos de Sony Pictures, se transformó de un día para otro en el Pueblo Azul con todas las casas pintadas de azul pitufo y grandes estatuas de los pequeños personajes de los ochenta poblando las callejuelas de la aldea malagueña. Sí, la economía ha mejorado porque el pueblo ha pasado de ser anónimo a tener un discutible atractivo, pero la identidad de los dibujos animados se ha comido a la del pueblo, convirtiéndolo en un fenómeno de barracón.
Detrás de las fachadas de cartón piedra se esconde un peligro tremendo. El ocio ya no es gratuito. Viajas, te alojas, consumes. No se te ocurra parar en una plaza o un jardín sin consumir. Hay que gastar dinero, aunque fuera lo último en tu vida. ¿Quieres una foto colgando de un balcón? Es lo último si visitas una casa antigua, porque es la atracción de la feria.
Es todo parte de un plan hecho de distintos ingredientes, como los tours privados, los tuk tuk, las neotabernas, los gastrobares, las colas enormes para ir a cualquier lado al igual que para subirse a una montaña rusa. Es la creación del estereotipo de ciudad. Esa idea única que excluye todo tipo de matiz.
La disneyficación es la representación más pura del ultracapitalismo, influir estética y comercialmente en el urbanismo para generar procesos degenerativos que modifican la esencia de una ciudad sin que otras fuerzas puedan hacerlo. Es una masificación que destruye la riqueza y la variedad urbana, para estandarizarla en un producto consumible, ajeno de la realidad.
Después de las ciudades dormitorio, estamos viviendo la era de las ciudades parque de atracciones
Italo Calvino ha sido un visionario en esto, en su libro Las ciudades invisibles jugaba a imaginar lugares surrealistas, casi imposibles, que se estructuraban alrededor de una idea. Como Sofronia, la cuarta urbe del grupo de ciudades sutiles, centro formado por dos mitades, la del circo, el trapecio y la montaña rusa, y la de los mármoles, el cemento, las fábricas y los palacios. Una mitad se queda fija y la otra se desmonta para ser transportada al lado de otra media ciudad. Por raro que parezca, la media ciudad que se queda fija es la de las atracciones, mientras la de los mármoles y de los palacios es la itinerante.
Así como en el libro de Calvino, estamos desmontando las ciudades de edificios, bancos, jardines, empresas y escuelas, y estamos dejando fijas las ciudades de montañas rusas, carpas y saltimbanquis.
Si lo pienso bien, parece un proceso de colonización contemporánea, a la espera de que descongelen al viejo Walt de su criotumba y vuelva como emperador supremo de las ciudades-circo. Es probable que estemos viviendo el primer paso de una evolución de la sociedad que nos llevará a tener naciones temáticas regidas por los Homo actoriensis. Ni en las peores premoniciones de Un mundo feliz de Aldous Huxley.
O puede que sea solo una pesadilla, y que mañana, al despertar, cada ciudad sea exactamente igual a como la estábamos viviendo antes de que el querido viejo Walt las cambiara para siempre. Al fin y al cabo, hasta la carroza de Cenicienta deja de ser tal, para volverse calabaza.
...REALLY?!? Take a walk to the old town.
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